Muchas veces nos agobiamos
desmesuradamente por las cosas que sentimos que no tenemos, por el reconocimiento
que esperamos y que no llega o por las metas no alcanzadas. Con frecuencia
envidiamos lo ajeno sin valorar todo lo que la vida nos regala. Nos preocupamos
mucho más de lo que debemos y es
entonces, cuando la preocupación empieza a convertirse en un hábito.
Solemos percibir y entender la preocupación como algo positivo, ya que
asumimos que de esta manera estamos haciendo gala de nuestra responsabilidad,
haciendo frente y evitando posibles
problemas. Cuando pensamos así, nos sentimos relativamente bien al preocuparnos
y rechazamos la posibilidad de no hacerlo. Ahora bien, la preocupación es
positiva, sólo cuando dura el tiempo
necesario para encontrar una solución y actuar.
A la mente le gusta la seguridad y el
confort, tiende a anclarse en lo conocido y predecible. La preocupación es un
síntoma de un miedo profundo que experimentas cuando tienes que enfrentarte a
lo desconocido. Pero cuanta más atención y energía le das a tus miedos, más
preocupación y ansiedad generas.
Son nuestros pensamientos los que nos
hacen ser como somos. Nuestra actitud mental es el factor determinante de nuestro destino. El mayor problema que toda
persona enfrenta es la elección de los pensamientos acertados. Si somos capaces
de realizar correctamente esta elección, estamos en el camino que conduce a la
solución de nuestros problemas. Tú puedes cambiar la dirección y percepción que tienes de
tu "desdichada" vida, si le dedicas unos minutos al día a fijar la
atención y a agradecer todo lo que te ha dado.