El Maestro Tibetano
En
una pequeña aldea de las montañas del Tíbet vivía un anciano
monje muy sabio que se dedicaba a la docencia. Corría la leyenda de
que, frente a cualquier situación, lograba siempre una magistral
enseñanza.
Cierta
tarde, mientras el anciano maestro estaba en el Templo con sus
alumnos, un hombre irrumpió repentinamente gritando:
- “¡Embustero! ¡Farsante! ¡Mentiroso!…”
Todos
los allí presentes se sintieron de lo más incómodos ante aquella
situación y esperaban a que el maestro respondiera a los insultos,
impacientes por una nueva lección.
Pero no fue eso lo que sucedió. Nuestro monje esperó a que el
desconocido dejara de gritar y se marchara. Sólo entonces decidió
reanudar su curso como si nada hubiera pasado.
A
la semana siguiente, volvió a repetirse la misma escena: el
desconocido se acercó al Sagrado Templo y lo insultó de nuevo:
- “¡Miserable! ¡Charlatán! ¡Canalla!…” – le gritó.
El
maestro permaneció impasible en esta ocasión también.
Por
tercera semana consecutiva aquel hombre volvió a acercarse al Templo
y gritarle:
- “¡Cretino! ¡Necio! ¡Majadero!…”
Los
alumnos estaban cada vez más asombrados. Muchos de ellos se
sintieron incluso decepcionados. Nadie comprendía que su Maestro
aceptara semejante humillación sin hacer ni decir nada.
Sin
embargo, y por algún motivo desconocido, una semana más tarde, el
mismo hombre entró de rodillas en el Templo implorando clemencia:
- “Perdón, Maestro, eres sabio y bondadoso, digno de admiración. Te
pido disculpas pues alabo todo cuanto haces…”
Todos
se quedaron desconcertados y sorprendidos ante tal cambio, sin
embargo, el anciano monje tampoco reaccionó esta vez.
Uno
de los alumnos, que creía ser más aventajado, preguntó al no poder
contenerse:
- “¿Por qué no dices nada, Maestro? ¿Por qué
no te defendiste antes o te alegras ahora?
- Mi
querido alumno -dijo el anciano-, escuché lo que el hombre decía,
pero nunca me pareció que estuviera hablando de mí.
No
te tomes NADA personalmente. Ni la peor ofensa ni el peor desaire, ni
la más grave herida debes tomarlo personalmente. Quien
te ofende tiene un veneno que descarga contra ti, por no saber cómo
deshacerse de él. En la medida que alguien te quiere lastimar, en
esa medida ese alguien se lastima a sí mismo.