-¿Existe Dios?
Buda miró al hombre con detenimiento y le
dijo:
-Sí.
El hombre no podía creérselo, porque
había escuchado que Buda no creía en Dios. Ahora bien, ¿cómo interpretar aquel sí?.
Por la tarde vino otro hombre y le preguntó lo mismo:
-¿Existe Dios?
Y Buda le contestó:
-No, en absoluto.
Cuando llegó la noche, vino un tercer
hombre, se sentó delante de Buda y le preguntó:
-¿Me dices algo sobre Dios?
Buda le miró, cerró los ojos y
permaneció en silencio. El hombre también cerró los ojos. Ambos permanecieron sentados en silencio durante media hora; el hombre tocó los pies de Buda y
dijo:
-Gracias por tu respuesta- y se marchó.
Ananda uno de sus discípulos y primo
de Buda no podía comprender que hubiera dado tres respuestas diferentes y dijo
que debería pensar en sus discípulos o se volverían locos.
Buda respondió:
-Debes recordar una cosa. En primer
lugar, esas preguntas no son tus preguntas; esas respuestas no te han sido
dadas a ti. ¿Por qué entras en esto? No tiene nada que ver contigo. Ha sido
entre esas tres personas y yo.
Ananda dijo:
-Puedo entender eso. No son mis
preguntas y tú no me has respondido. Pero tengo oídos y puedo oír; he oído las
preguntas, he escuchado las respuestas. Y las tres se contradicen..
Buda dijo:
-Piensas en la vida en términos
absolutos, ése es tu problema. La vida es relativa. Para el primer hombre, la
respuesta es sí; la respuesta tiene que ver con él y con las implicaciones de
su pregunta, de su ser, de su vida. Ese hombre al que le he dicho que sí era un
ateo; no cree en Dios, y yo no quiero apoyar su ateísmo. Va proclamando por ahí
que Dios no existe. Pero incluso si te dejas un pequeño espacio para explorar…
tal vez en ese espacio exista Dios. Puedes decir con absoluta certeza que no
hay Dios cuando has explorado la totalidad de la existencia. Y eso sólo es
posible al final, y ese hombre simplemente creía que no hay Dios, pero no tenía
la experiencia existencial de que Dios no existe. Mi sí era en relación con su
persona, con su personalidad. La misma pregunta de otra persona habría recibido
otra respuesta.
Y eso es lo que ocurrió cuando dije
“no” a esa segunda persona. La pregunta era la misma, pero el hombre que las
pronunciaba era diferente. Es relativo. El segundo hombre era tan “tonto” como
el primero, pero estaba en el polo opuesto. Él creía en la existencia de Dios,
y había venido aquí para que yo refrendara su creencia. Yo no refrendo las
creencias de nadie, porque las propias creencias son el obstáculo.
Por último el tercer hombre vino sin
creencias. No me ha preguntado “¿Existe Dios?, NO. Ha venido con el corazón
abierto, sin mente, sin creencias, sin ideologías. Era un hombre sano,
inteligente. Me ha preguntado “¿Puedes decirme algo sobre Dios?” No estaba
buscando que alguien apoyara su sistema de creencias, no estaba buscando una
fe, no estaba preguntando con una mente llena de prejuicios. Y me ha preguntado
por mi experencia.
He podido ver que ese hombre no tenía
creencias en un sentido o en otro, es una persona inocente. Con una persona tan
inocente, el lenguaje pierde sentido. Sólo el silencio sirve como respuesta. De
modo que he cerrado los ojos y he permanecido en silencio. De esta forma ha
comprendido mi respuesta, que Dios no es una teoría, una creencia con la que
puedes estar a favor o en contra. Por eso me ha dado las gracias por la
respuesta.
Ha recibido la respuesta de que el
silencio es estar con Dios; no hay otro Dios que el silencio. Y se ha ido
tremendamente satisfecho, contento. Ha encontrado la respuesta. Yo no he dado
respuesta, él la ha encontrado...
Cuento de Sabiduría Budista: Buda y Ananda