Sé que enfermaste. Ve al médico. Pero cuando vayas, dile:
Dile a tu médico que te duele el pecho, pero dile también que tu dolor es dolor de tristeza, es dolor de angustia.
Dile a tu médico que tienes acidez, pero descubre por qué, con tu mal genio aumenta la producción de ácido en tu estómago.
Infórmale que tienes diabetes, sin embargo, recuerda decir también que no encuentras más dulzura en tu vida, que no sabes recibir amor y que es muy difícil soportar el peso de tus frustraciones.
Menciona que sufres de migraña, sin embargo confiesa que padeces con tu perfeccionismo, con la autocrítica, que es muy sensible a la crítica ajena y demasiado ansioso.
Muchos quieren curarse, pero pocos están dispuestos a neutralizar en sí el ácido de la calumnia, el veneno de la envidia, el bacilo del pesimismo y el cáncer del egoísmo. No quieren cambiar de vida.
Buscan la cura de un cáncer, pero se niegan a renunciar al miedo y a una simple pena.
Pretenden la desobstrucción de las arterias coronarias, pero quieren seguir con el pecho cerrado por el rencor y la agresividad.
Anhela la curación de problemas oculares, pero no quieren ver lo que acontece a su lado y menos al futuro que los espera, tampoco sacan de los ojos la venta del criticismo y la maledicencia.
Piden solución para la depresión, mientras tanto no abren mano del orgullo herido y del fuerte sentimiento de decepción por las pérdidas experimentada.
Suplican ayuda para los problemas de tiroides, pero no cuidan sus frustraciones y rencores, no levantan la voz para expresar sus necesidades legítimas.
Suplican la curación de un nódulo de mama, sin embargo, insisten en mantener bloqueada la ternura y la afectividad.
Llaman a la intercesión divina, pero permanecen sordos gritos de auxilio que parten de personas muy cercanas a sí mismos.
El Universo nos habla a través de nuestro cuerpo y de mil maneras diferentes; la enfermedad es uno de ellos y, por cierto, el principal recado que nos llega de la sabiduría divina es que falta más amor y armonía en nuestras vidas.