Ser adulto significa, precisamente, ser responsable. Sólo nosotros podemos y debemos cuidar de nosotros mismos. Sabemos que la
huella de nuestros padres nos marcará hasta el último suspiro, pero justificar
todos nuestros problemas en "aquello que hicieron con nosotros" nos
condena a no superarlos nunca.
Muchos creemos que desafiar y saltarnos normas y costumbres, o imaginar una existencia separada, con
decisiones autónomas, conllevará sanciones por
desviarnos de lo socialmente establecido o de aquello que nuestros padres planearon para nosotros.
Pero vale la pena hacer un corte y decir basta. Crecer y madurar es hacernos cargo de lo que hacemos con lo que somos, sentimos y tenemos actuando en consecuencia, buscando un cambio hacia la superación y la mejora personal.
Al exigir culpar o pedir explicaciones a
nuestros padres de lo que nunca pudieron darnos, no nos estamos comportando como
adultos sanos.
Crecer es asumir que deseo y realidad muchas veces no van en consonancia. Y es entonces, cuando hay que inventar o buscar, con flexibilidad psíquica y emocional, maneras de ser más felices cada día.
Crecer es asumir que deseo y realidad muchas veces no van en consonancia. Y es entonces, cuando hay que inventar o buscar, con flexibilidad psíquica y emocional, maneras de ser más felices cada día.
Crecer también es perdonar,
soltar, dejar ir, y hacerlo aún con sentido estratégico o egoísta pensando en
nuestro propio bienestar. A eso, le podemos sumar el plus de recompensa que supone
hacer algo por los demás, ser compasivo y dar amor a los demás.
Dejar de esperar algunas cosas es
sano. Aceptar las cosas como son no es resignarse a lo malo, o a lo que no
creemos suficientemente bueno. Es ver qué hacemos con lo que hay.
Asumir que
ninguna relación es perfecta y que todos, incluso nosotros/as, cometemos errores,
algo que nos permitirá evolucionar en nuestros vínculos, mejorarlos y gestionar
mejor nuestras relaciones interpersonales.
Separarte de las normas de la familia no
supone repudiarla, basta con tomar decisiones libres, con elegir
un camino propio aún a costa de la desaprobación de quienes más
queremos. Luchar por lo que realmente eres y sientes es sano y liberador.
Ya es hora de que cortes el cordón
umbilical y madures de una vez. Debes dejar de escuchar las voces de tus padres dentro de tí. Elimina el programa y borra
la grabación que insertaron en ti.
Una persona completa ya no depende
de la aprobación de sus padres. Seguramente tus padres cometieron millones de
errores. Igual fueron demasiado protectores. O tal vez estuvieron ausentes.
Pasara lo que pasase, al madurar comprendes que no lo hicieron a propósito.
Entiendes que no supieron hacerlo mejor.
No fue maldad, sino ignorancia. Tus
padres nunca te hicieron daño emocional. El rencor que sientes no tiene tanto
que ver con lo que te ha pasado en la vida, sino con tu forma subjetiva y
distorsionada de interpretarlo. Detrás de tus padres se esconden dos seres
humanos que en su día fueron niños. Y como tales, arrastran sus propias heridas.
Una
vez que se entiende la influencia que ha ejercido en nosotros la vida
de bisabuelos, abuelos, tíos o hermanos; o lazos especiales que
algunos miembros de nuestro árbol genealógico establecieron entre sí; y cómo
la imposición de ideas y tabúes familiares han obstaculizado la
expansión de nuestro Yo esencial desde niños, seremos capaces de
desarrollar un nivel de conciencia que nos ayudará a soltar.
«La familia es un tesoro y una trampa mortal»
A. Jodorowsky
«Pertenecemos a la familia como si ésta fuera un clan, porque todos tenemos necesidad de pertenecer a algo, si no, nos sentimos expulsados y camino de la muerte. Nos atamos a la familia por amor y por terror, entonces se trata de ver quién era la familia, cómo nos marcó y qué estamos repitiendo», explica Alejandro Jodorowsky.
Crecer es perdonar, aceptar y seguir
adelante. No es fácil. Pero todos los días podemos intentarlo y avanzar paso a paso.
Terminamos con un excelente mensaje de S.S el Papa Francisco que transmite de manera magistral la reflexión de hoy:
"No existe familia perfecta. No
tenemos padres perfectos, no somos perfectos, no contraemos matrimonio con una persona
perfecta ni tenemos hijos perfectos. Nos quejamos de unos a otros. Las personas nos decepcionamos mutuamente. Por consiguiente, no existe un matrimonio
saludable ni familia saludable sin el ejercicio del perdón. Perdonar es vital
para nuestra salud emocional y supervivencia espiritual. Sin él, la familia
se convierte en un espacio tóxico de conflictos y de agresiones. Sin el
perdón la familia se degrada. El perdón nos procura la esterilización del alma, limpiar nuestra mente y liberar el corazón. Quien no perdona no tiene paz interior ni comunión con Dios.
El dolor es un potente veneno que intoxica y mata.
Guardar una herida en el corazón es un gesto de autodestrucción. Quien
no perdona enferma física, emocional y espiritualmente. Es por ello que la familia tiene que ser un lugar de vida y de encuentro, nunca de muerte; espacio de sanación y no de enfermedad; etapa de perdón y no de culpa. El perdón trae
alegría donde un dolor produjo desolación y tristeza; también curación, donde el dolor causó enfermedad. ( S.S. Papa Francisco)